lunes, 7 de junio de 2010

Atención! Sudáfrica: se vende al mundo


En Europa son los hooligans, en Chile las barras bravas de Lemebel. Las graderías arden al son del tambor, antorchas iluminan la tarde-noche decorando el cielo con el humo plomizo e insano. Es el fanatismo neorromántico que une a masas ciegas, sordas pero no mudas.

Ostentan el orgullo de asumir sus humildes origenes, de cantar sonatas o rayar paredes en memoria de los caídos en batalla y en honor a sus principales vicios: las drogas y el fútbol. Lo anterior como muestra clara de una rebeldía antisistémica, en busca de romper esquemas socioculturales establecidos sin consentimiento de nadie pero bajo el amparo de todos. Es el deporte brillando como una expresión más de arte y cultura, tal como la música, en una búsqueda continua de espacios de tolerancia y libertad de expresión.

No importa el color de la camiseta, el fervor que los desune es el mismo que los convirtió en amantes leales y dispuestos a seguir a su equipo como a una verdadera familia. Más que rivalidad es una excusa de vida, es el estandarte de su motín deportivo, que dentro de las canchas y en las esquinas se desata en forma de violencia incontrolable, pero que para el resto, los externos a su hinchada, los hace ver como un sólo tipo de delincuentes o terroristas.

Es el deporte brillando como una expresión de descontento y desigualdad, de heridas y lágrimas, de sonrisas y emociones.

Es el deporte que se presenta en los clásicos universitarios, en las copas sudamericanas y sobre todo, en las hazañas mundialeras. Y es en este momento en que deja de ser una barra brava para convertirse en una bandera patriótica. La misma insignia que amparaba a los soldados de las guerras de antaño (o de las que se viven en la actualidad pero no se asumen como tales) es la que detiene a un país en sociedad. Ahora la hinchada es un país completo que observa a los jugadores “mojar la camiseta” con aplausos, sonrisas y llantos. Es un juego: un deporte que cobra una importancia inexplicable al momento de ser el ganador o perdedor, arrojando cifras y estadísticas que afectan más allá del ámbito deportivo. Es un anestésico en que los jugadores, junto a los medios de comunicación, paralizan la vida de los espectadores, sus tristezas individuales y comunales, convirtiendo los logros obtenidos durante 90 minutos en sus propios logros, según gusto del consumidor.

El Mundial de Fútbol de Sudáfrica actuará como protagonista principal ante todos y ante todo. Vendido como una empresa fabricante de los productos indicados para la mayor gratificación a costas del actuar y de las decisiones que 22 hombres tomen en la cancha, el mundial es el certámen propicio para olvidar y, únicamente, disfrutar.

No distingue color, ocupación o estatus social, es el ganar lo que importa por encima de todo, incluso a veces sin importar cómo, reflejando una de las características de las sociedades de fin de siglo: la competitividad mal lograda.

Si bien en la historia reciente de nuestro país no se vive una disyuntiva racial, es continuamente maquillado el problema étnico-social que existe con los mapuches, aludiendo a ellos como un símbolo terrorista para la tranquilidad del resto. Así mismo, Sudáfrica puede utilizar la estrategia de ser gobernados por un sucesor de los ideales de Mandela para suavizar los tintes oscuros del legado del apartheid.

La mayor parte de la hinchada sudafricana es la misma que fue discriminada hace más de una década, la misma que vive con el sufrimiento de ver a sus hijos en la misera absoluta a costas del enriquecimiento de los ricos. La rueda de la fortura está detenida: no hay espacio para la igualdad total.

Si bien es un gran paso la casi completa ausencia mediática de discriminación racial, son los mismos blancos disfrazados de ovejas negras quienes mantienen al país sumiso y callado, contento con recibir un grano más que ayer, a pesar de saber que no es suficiente para ocultar sus costillas de miseria. Es el país que se contenta con un mundial de fútbol que puede abrir una puerta a la modernidad, al fin de la miseria colectiva, abrir oportunidades de vivir una vida digna en libertades individuales y, por sobre todo, un futuro prometedor.

Sudáfrica juega un rol económico importante en la configuración del nuevo orden mundial. Como mercado emergente, la nación sudafricana ha abierto con fuerza sus puertas a la inversión extranjera, con la preocupación permanente por resaltar con empresas de alto estándar social y turismo potencial.
La elección de Sudáfrica como anfitriona del próximo mundial refleja el crecimiento que ha tenido el país en cuanto nivel de democracia, cohesión social, y economía emergente. En 2010, Sudáfrica será centro de atención de todo el mundo. Con la celebración de uno de los eventos con mayor audiencia a nivel mundial se enterará de que el fantasma del racismo se ha erradicado; el Mundial no solo significará la primera copa del mundo en África, sino la fiesta que anuncia el entierro del apartheid y el olvido de los pobres.



1 comentario:

  1. ¿Hubo terremoto o no?
    Parece que no, el país entero esta tan futbolizado que ya se han olvidado que acá hubo un terreno, que hay gente que aun vive en la calle, gente que todavía no tiene ninguna solución frente a la destrucción, alo mejor la derecha lo tenia todo planeado, Pinochet les hablo desde el infierno que gobierna jijijiji y les dijo que iba haber un terremoto el 2010, que ese año era el que mejor podían gobernar por que podrían inventar mentiras como planes de gobierno y decir debido al terremoto debemos cambiarlas y subir los precios para enriquecer a los privados y que este año había un mundial al que chile clasificaría podría desviar toda la atención de un país que no se daría cuanta y ya no estaría preocupado de los que no tiene casa ni tele para ver el futbol.
    La televisión es la complicidad de un cerdo que se esconde tras sus perros, apaga el televisor y ocupa tu mente pero no para fumar droga y sino para pensar idota.

    ResponderEliminar